"Juanchila y el Misterio": el nuevo cuento de Marcos Villalobo en Calamuchitaenlinea.info sobre un extraño encuentro en La Cruz

Un cuento ambientado en el corazón de Calamuchita donde dos amigos, Juanchila y el Misterio, descubren que entre leyendas y juegos, las sierras también pueden guardar silencios inquietantes.

02 de junio de 2025 Marcos J. Villalobo

Mientras esperaban a sus amigos para jugar a la pelota en un potrero junto al río La Cruz, Juanchila Juárez y el Misterio Martínez vivieron un momento fuera del tiempo. Bajo la sombra de un árbol, entre discusiones futboleras y recuerdos familiares, se vieron sorprendidos por una extraña presencia que parecía salida de los relatos antiguos de la región. Un animal desconocido, con mirada profunda, interrumpió su tarde y los enfrentó al misterio ancestral de las sierras.                  

libreria crisol - Banner horizontal             

                                  Juanchila y el Misterio sólo quieren jugar

                                                  Por: Marcos J. Villalobo

 

¿Pande vas tan apurado, Juanchila?, preguntó el Misterio, con una sonrisa; de esas sonrisas que aguardan la respuesta anhelada: “a jugar a la pelota al lado del río”. También espera que esa respuesta llegue con la más fabulosa pregunta que un niño puede recibir: “¿Querés venir?”.

Y eso sucedió: Juanchila Juárez y el Misterio Martínez se fueron juntos hasta el potrero que habían armado a la orilla del río.

0168f9ed-a65c-4dde-b979-4ed221cc009d

 

El río descendía entre las piedras con la paciencia de quien ha visto pasar los años sin apurarse, con su rumor antiguo y persistente, que parecía arrastrar las voces de los comechingones que una vez lo veneraron como a un dios vivo. Las raíces de los sauces se inclinaban hacia el agua en esa eterna búsqueda del perdón de los espíritus que habitaban en sus orillas. El aire hacía sonreír a los dos pibes de La Cruz. Juanchila y el Misterio llegaron, ninguno traía la pelota. Se sentaron bajo la sombra de un árbol. Miraron hacia el camino. Todavía no había señales de los demás.

 —Ya deben estar por llegar —dijo el Juanchila.

 

Bajo esa sombra, mientras esperaban, hablaron de su coincidencia de que Maradona era el más grande de todos, pero también discutieron sobre si Vélez había sido un justo campeón, que el Circulo Italiano tenía un equipo más potente que el Náutico Rumipal, o que el Beto Toledo era mejor defensor que Ruggeri, discutían, se reían, pero al igual que con el Diego, llegaron a un acuerdo polémico para todo cordobés: Gary era mejor que la Mona.

2d9ef2fc-4470-40da-925e-c24c90f9c5c8

 

El aire tenía olor a pasto húmedo. Un ruido seco entre los yuyos los hizo girar: algo se movía entre las ramas: un extraño rumor. Sssssz pluf, ssssz pluf, sssssz pluf… El ruido era de algo pesado, que arrastraba las patas… Sssssz pluf, ssssz pluf, sssssz pluf…No era grande, tampoco chico. Cuando salió, los dos se pararon como en una coreografía y dieron un par de pasos atrás. ¿Había algo anormal?

 

Un animal los miraba. Tenía los ojos enormes y redondos. Su pelaje era oscuro y se erizaba en el lomo. A los dos niños, el pecho les latía fuerte y parecía que se les salía; el corazón se sentía como un martillo que golpea, golpea, aturde, aturde y resuena en la cabeza. Había en ambos una agitación muda.

 

—La cosa esa nostá mirando, Juanchila —susurró, temeroso, el Misterio.

 

Juanchila Juárez no contestó: mantenía la vista fija en el animal, que parecía una sombra.

 

—Debemos rajar di acá —insistió el Misterio.

—No —dijo Juanchila—. Si corremos, nos va a perseguir. Quedate quieto. Se va a ir solo.

 

El Misterio Martínez tragó saliva. El río murmuraba cerca. Las chicharras llenaban el aire. Se escuchó el relincho de un caballo a lo lejos. La “cosa” no se movió.

Pasaron segundos que parecieron horas. El animal inclinó la cabeza. Sus ojos brillaban como si guardaran historias viejas. Juanchila respiraba lento, el Misterio sentía la transpiración en la espalda, y dijo en voz baja:

—Es como lo qui contaba mi abuelo cuando si le soltaba la lengua por el tinto...

 

El Misterio pensó en las leyendas que solía escuchar, recordó las noches junto al fuego, en los cuentos de criaturas que aparecían cerca del río, del Lobizón, la luz mala, el viejo de la bolsa, el chupacabras y toda la danza mística de la región.

382ec34b-60b9-4a83-aa34-3767eeed869c

 

El animal siguió mirándolos. El tiempo parecía haberse frenado: como un instante eterno. Los tres se miraban, pero esa cosa parecía apoderarse de las almas inocentes de esos niños que sólo esperaban a sus amigos para jugar a la pelota. El alma tranquila, sacudida por ese instante. Hasta el río La Cruz parecía frenado. Los ojos de esa cosa brillaban como si guardara dentro las sombras de los árboles; en cada parpadeo lento y pesado, la tensión en el aire aumentaba, como si el tiempo mismo se estirara al ritmo de la respiración del animal, que salía en soplidos laaaaaaargos y densos… laaaaargos y densos. La mirada fija del animal, un peso invisible que mantenía a los chicos pegados al suelo, sin poder moverse, atrapados en el hechizo de esos ojos profundos que parecían conocer cada rincón de las sierras calamuchitanas.

Juanchila mantenía la vista firme, como si tratara de hablarle sin palabras al ser que los desafiaba. El Misterio comenzó a rezar. El animal no se movía, pero en cada instante que pasaba, en cada mirada penetrante, los amigos sentían que el mundo a su alrededor se detenía y solo quedaban ellos, el río, el viento… y la presencia oscura que los observaba.

 

“Por favor, espíritu de las sierras, rajá de acá, solo queremos jugar”, dijo Juanchila, pero sus palabras no tuvieron voz. Fue sólo un pensamiento. 

 

Pasaron segundos. ¿O minutos? Tiempo, tiempo, tiempo y tus misterios; tiempo, tiempo, tiempo y tus juegos; tiempo y tiempo, quién puede entenderte.

El animal dio un paso hacia atrás, y su cuerpo peludo se perdió entre los yuyos: el ruido de las hojas quedó flotando en el aire. El Misterio soltó el aliento, dejó de rezar y preguntó:

— ¿Quí carajo ira esa cosa?

— Nada, solo una cosa de las sierras. Te dije que no pasaría nada, y no pasó nada —dijo Juanchila.

 

Se volvieron a sentar bajo la sombra. Ninguno de los dos pudo darle nombre a eso que acababan de ver, y tampoco quisieron comprenderlo, sólo pasó, como un enigma más de estos rincones del valle. El río permanecía en su curso, las chicharras seguían cantando, el sol empezaba a bajar, y a lo lejos del camino se veía a la banda de pibes que traía la pelota para jugar: hay gente a la que da gusto ver.

Te puede interesar:

3cff2e29-eb51-41b6-bc39-3d5a65a042b2“Yacanto”: el nuevo cuento de Marcos Villalobo en Calamuchitaenlinea.info sobre origen, tierra y memoria

Lo más visto

Ahora podés tener todas las noticias de Calamuchita en tu Email.

WhatsApp