“Yacanto”: el nuevo cuento de Marcos Villalobo en Calamuchitaenlinea.info sobre origen, tierra y memoria

Una narración ambientada en el Valle de Calamuchita que cruza historia y ficción para pensar los comienzos de Yacanto como territorio y como identidad.

Cultura CalamuchitaAyerMario Pablo LópezMario Pablo López

En esta nueva entrega, el escritor y periodista Marcos Villalobo recorre, desde la ficción, uno de los momentos invisibles pero fundantes del Valle de Calamuchita: la mensura de tierras que daría origen a lo que hoy conocemos como Yacanto. Con un estilo que cruza lo poético y lo histórico, el relato propone una mirada sobre aquellos primeros gestos humanos que dejaron huella antes de que existiera siquiera un mapa. Una invitación a ver el presente con ojos antiguos, y a escuchar lo que la tierra aún tiene para decir.

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                                                      Yacanto
                                           Por: Marcos J. Villalobo

                                                                      “…Pasos al lado de tu camino
                                                          Almas que se agotan en su columpio de seda
                                            Viaja en el viaje que más te mueve la vida…” (Luis A. Spinetta)

Las piedras, esas antiguas testigos que jamás olvidan, comenzaban a templarse bajo el sol de noviembre, y sobre una loma escasa, un hombre sin nombre observaba. Sus ojos, de un gris que se confundía con las sombras de los algarrobos, estaban fijos en la escena que se desplegaba en lo bajo. ¿Qué miraba?
El hombre sin nombre no pertenecía todavía a la historia. Su oficio era observar, y sostener en su conciencia la textura del instante.

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Unos hombres medían.
Dalmacio Vélez trazaba con su instrumental la mensura de la Estancia de San Ignacio. Había llegado tras la expulsión de los jesuitas, como tantos, a inventariar lo que era del Rey y ya no de la Compañía. Su mano, firme sobre la plomada, parecía insensible al calor o al peso invisible de las decisiones que se encarnaban en sus trazos.

Pero el hombre sin nombre de la loma no miraba a Dalmacio Vélez: su atención estaba en los otros, en los hombres de a pie que levantaban mojones de piedra, que estiraban las sogas, que discutían, en esa cadencia pausada que tiene la voz cuando el horizonte es vasto y el tiempo sobra. Ellos no sabían que fundaban algo. No sabían que, siglos después, sus nombres no figurarían en los registros, pero sus gestos, sus resuellos, sus miradas, quedarían impregnados en la tierra. El hombre sin nombre miraba a otros hombres sin nombres.

Nuestro protagonista bajó un poco la vista hacia sus propios pies: la tierra se deshacía entre los dedos de su calzado; y esa misma tierra, pensó, sería dividida en dos: un Yacanto hacia Calamuchita, otro hacia Traslasierra. Un espejo quebrado por la sierra misma, que oficiaría de frontera no solo geográfica sino también de memorias.

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Él sabía que lo que nacía allí no era un mero deslinde de propiedades, sino un latido nuevo, uno que persistiría. Yacanto, murmuró para sí. ¡Yacanto! Lugar de agua sonora, en la lengua que ya se desdibujaba en las bocas mestizas. ¡Yacanto! 

Desde su altura alcanzaba a ver las futuras arboledas, los caminos de tierra donde alguna vez trotarían mulas, luego autos polvorientos, y algún día bicicletas de turistas buscando posadas entre álamos y pinares. También imaginó partiditos de fútbol, de niños con camisetas de amarillas, rojas, azules, blancas, verdes… Imaginaba las casas de madera, las veredas de sombra hospitalaria, las voces amables que ofrecerían mate y pan casero a los viajeros.  
Una ráfaga de viento le llevó a los oídos el eco de algo que no era todavía. Risas de niños corriendo... aventureros yendo hacia el cerro Champaquí... el aroma del humo de asado en campings que aún no existían... la quietud exacta de una siesta en enero... caballos pastando… sonidos de una chacarera… gritos de goles alocados, como los que se escucharon en aquel futuro diciembre de 2022… un puente, una feria y muchos y de los más variados colores… ¡Yacanto! ¡Calamuchita! Y entendió — sin necesidad de lenguaje — que esa mensura no medía solo tierras: medía los siglos que vendrían, las hospitalidades, las nostalgias, los retornos, los llantos y alegrías, gratitudes e ingratitudes, despedidas y bienvenidas.

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Cuando Dalmacio Vélez levantó la mirada hacia la loma, el hombre sin nombre ya no estaba. Tal vez nunca estuvo. O quizá, como las sombras largas del atardecer, se disolvía poco a poco en la vastedad de Yacanto…
A mí me contaron — aunque es incomprobable —, que el hombre sin nombre sí estuvo: después de contemplar, bajó por un caminito y se puso a jugar con una pelota de trapo que encontró entre las piedras.

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