“El pase de ensueño del nono Beto”: el fútbol, los recuerdos y la vida en un cuento de Marcos J. Villalobo

El periodista y escritor Marcos J. Villalobo comparte un relato que combina humor, identidad barrial y pasión futbolera en Los Cóndores, con el debut soñado de un nieto en el Argentino Colonial.

02/09/2025Mario Pablo LópezMario Pablo López

El nuevo cuento de Marcos J. Villalobo en Calamuchitaenlinea.info

En este cuento, Villalobo recupera la figura entrañable del “nono Beto” y la atraviesa con las dificultades de la vida cotidiana, los vínculos familiares y la emoción del fútbol regional. La historia se desarrolla en Los Cóndores, localidad marcada por la liga riotercerense, y refleja cómo el deporte se convierte en escenario de recuerdos y sueños compartidos.

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                                 El pase de ensueño del nono Beto

                                                                            Por: Marcos J. Villalobo

 

Los anteojos se cayeron y los lentes se rompieron en decenas de pedacitos. Don Beto contemplaba los cristales rotos y se mordía la boca para no expresar la catarata de insultos que le surgían desde lo más profundo. Como pudo se agachó, la artrosis enemiga le recordaba por enésima vez los años, y alzó los marcos negros que estaban intactos. Justo ahora estas porquerías se vienen a romper, justo el día del partido del Gonzalo, reprochaba al aire y a la providencia.

Se acomodó el saco y como pudo caminó hasta el taller del santiagueño, que escuchaba la Mona Jiménez a todo volumen, situación que poco le afectaba al nono Beto, debido a la sordera progresiva con la que renegaba. El santiagueño, fanático de Boca y Central Córdoba, lo recibió con un mate y con señas le preguntó por los lentes.

 

A eso vine, “bosterito”. Se me rompieron recién frente a la farmacia y me quedí sin lo lentes para ir a ver esta tarde al Gonzalito, que debuta en la Primera de Argentino Colonial. Vos no tenís uno que me prestí, le dijo el nono Beto, mientras se tomaba el amargo que le habían cebado.

El santiagueño levantó las manos, como diciendo ¿qué me estás pidiendo?, y se dio media vuelta y entró en la casa.

Se escucharon pasos rápidos, un poco de revuelo adentro. Al rato volvió, sonriendo apenas, con un pedazo enorme de cartón en las manos. Lo levantó despacio, disfrutando el momento.

En letras negras, grandes y torcidas, se leía: “Soy mecánico, no óptico!!!”

 

 

Los dos comenzaron a reírse a carcajadas, se tomaron un par de mates más hasta que llegó Mónica, la hija del santiagueño y prometió conseguirle unos lentes antes de la hora del partido.

 

Los Cóndores, localidad que el ferrocarril “olvidó” pero que sus habitantes le dieron color especial. En este pueblo que decora un tramo de la ruta provincial 36, es donde juega el Argentino Colonial, club fundado en 1919 y que lleva los colores patrios con orgullo por la liga regional riotercerense. Esta tarde en el estadio, único con palcos VIP en la Liga, enfrenta a Talleres de Berrotarán, y debuta Gonzalo, el nieto de 17 años de don Beto Bellini.

El partido era a las cinco de la tarde, pero el nono Beto quería estar una hora antes en la cancha. Sin embargo, la Mónica no llegaba con los prometidos lentes. El viejo caminaba ansioso, de un lado a otro. Le mandó un audio a su nieto: no te olvides, Gonzalito, lo importante es construir recuerdos.

Con una boina a cuadros celestes y blancos, el anciano estaba parado en la puerta de ingreso de la cancha. Mónica no llegó a las cuatro, como esperaba, y tampoco a las 17, horario del inicio del partido. Entró lo mismo a la cancha, insultando a la Mónica, al santiagueño, a la artrosis y a la maldita ceguera. Aunque algo veía y se prometió hacer un esfuerzo, tal vez el último para ver al Gonzalito.

 

Allá, a unos metros, unos muchachotes se comían un asado en el techo de la casa y ponían los sillones para ver el partido en su posición privilegiada y envidiada por muchos.

 

Salieron los equipos a la cancha y Gonzalo no aparecía entre los titulares. El técnico se había arrepentido a último momento y lo mandó al banco. Don Beto volvió a enojarse con la providencia, el técnico de Argentino Colonial y también con los hinchas de Talleres que estaban en la otra punta.

El partido empezó y era malísimo. A tal punto que sobre que don Beto no podía ver y hacía esfuerzos, se quedó dormido. Lo cautivó un sueño profundo, tan profundo que no escuchó el grito de gol de los visitantes, ni tampoco cuando la fanaticada de Los Cóndores se emocionó cuando a los 20 minutos del segundo tiempo entró a la cancha e hizo su debut el Gonzalo Bellini.

Tampoco se despertó cuando arreciaron los insultos al Hacha Gómez, el capitán albiazul, que le metió un patadón de bienvenida al pibe dos minutos después de que haya ingresado. 

 

En su paseo onírico don Beto soñaba que él volvía ser un adolescente, que jugaba en su Argentino Colonial y que en la tribuna estaba su abuelo Andrea acomodándose unos lentes rojos; su abuelo había jugado en el desaparecido Ítalo Argentino de Los Cóndores. Soñaba que la pisaba en la mitad de la cancha, tiraba un caño y habilitaba a un morochito que entraba por izquierda como una tromba. Ese morochito recibió la asistencia y le dio una comba perfecta a la pelota que viajó al ángulo. Todos en la cancha gritaban y festejaban el golazo. 

Entonces despertó.

En la vida real también se celebraba un golazo; y todos abrazaban al héroe de la conquista, que con una comba perfecta la había clavado en un lugar imposible para el arquero.

Don Beto sintió unos brazos rodeándole por detrás. Apenas distinguió la figura borrosa de la Mónica, agitada, con los ojos húmedos y una mirada que rogaba disculpas: en su mano temblaba un par de lentes rojos nuevos. Ella no pudo hablar, y se los dio. Don Beto se los puso con torpeza, y al enfocar por primera vez la cancha, vio a su nieto correr hacia la tribuna, levantando los brazos.

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