🏡 Una historia que revive la memoria barrial de Embalse: nuevo cuento de Marcos Villalobo en Calamuchitaenlinea.info

El sexto relato de la serie que conecta deporte, humor y paisajes de Calamuchita se sitúa en el corazón de Embalse.

Cultura CalamuchitaAyer Por: Marcos J. Villalobo

Cuando la memoria se sienta a mirar, la literatura cobra vida. En su sexta entrega exclusiva para Calamuchita en Línea, el periodista y escritor Marcos J. Villalobo nos invita a recorrer una historia que mezcla fútbol, anécdotas de barrio y personajes entrañables, en un escenario emblemático: el barrio Casitas de Embalse.

"Cuando la memoria se sienta a mirar" revive una tarde inolvidable donde un torneo de potrero, un lechón como trofeo y la inesperada fuga del animal desencadenan una serie de situaciones desopilantes. Con su estilo ágil y sensible, Villalobo vuelve a rescatar esas pequeñas épicas cotidianas que definen la identidad de nuestros pueblos.

Este proyecto literario busca ser original en el Valle de Calamuchita: cada cuento sitúa su trama en distintas localidades, combinando deporte, vida social e imágenes reconocibles de nuestro paisaje serrano. Ya recorrimos Amboy, Segunda Usina, Villa del Dique, Santa Rosa de Calamuchita, y ahora Embalse.


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Cuando la memoria se sienta a mirar

Por: Marcos J. Villalobo

 

“Dirán que pasó de moda la locura

Dirán que la gente es mala y no merece

Más yo partiré soñando travesuras…”

(El necio, Silvio Rodríguez)

 

Doña Luisa mira por la ventana de su casa, y pega un grito cuando ve a un chancho que corre desesperado. Se acomoda los lentes y abre las cortinas: sabe que algo curioso está por pasar; algo que ella – con curiosidad vieja y afilada – no se perderá por nada del mundo.

 El chancho sube las escaleras, asustado; sus patas cortas van a una velocidad inusual. Las piedras le hacen doler, pero el chancho se la aguanta. Corre por su vida.

Pasan unos minutos. Y en escena, por las mismas escaleras, aparece el Mono Bazán corriendo; detrás de él, dos muchachos más. Doña Luisa no logra reconocerlos, pero sabe que seguro están abocados a la búsqueda del cerdo. No se equivoca. Abre la ventana y le advierte: El chancho agarró la calle como yendo para la casa de doña Malvina. Gracias, doña Luisa, exclama el Mono y les hace unas señas a sus compinches, como guiando hacía dónde buscar. 

Hace frío. Es una tarde de sábado de junio en barrio Casitas, Embalse. Hace frío, pero tanto el Mono Bazán como sus dos amigotes están de camisetas mangas cortas, pantalón de fútbol, medias largas y botines. Hace frío, pero ellos no lo sienten: están recalientes de la bronca, no pueden creer que ese maldito marrano se haya escapado.

 CASITAS PUEBLITO LISTO 02

Todo es una anécdota que se contará en unos años e incluso aparecerá en algún libro. Pero ahora es una preocupación. 

Escribo esto, pero ya lo sé: no es mío. Me lo contaron. El chancho que corre, los muchachos que sudan, Doña Luisa con sus lentes empañados… ya sucedió antes, en otro tiempo, pero lo veo ahora, con estas palabras que escribo y salen de mis recuerdos. Las anécdotas son manjares en los barrios. Me cuentan que pasó en mi barrio Casitas, pero alguien me puede decir que pasó en La Aguada de Reyes o en Villa Irupé, o quizás en barrio Los Chañares o Las Flores. Pasó. Así nacen los cuentos: una pizca de verdad y otro tanto de imaginación. La memoria nos juega su partido y nosotros participamos embelesados en su falsedad.

La literatura es – tal vez – el intento de clavar una escena en el tiempo, como un gol que da una victoria. Pero pienso en el pobre chancho que sigue corriendo. ¿Por qué corre? El Mono Bazán y los muchachos lo persiguen. ¿Por qué lo persiguen? Doña Luisa envejece sin moverse de su silla, repitiendo “lo vi, lo vi” hasta que las palabras pierden forma… y un día doña Luisa ya no está y sus historias detrás de la ventana desaparecen. Pero entonces aparece la literatura para traerla a ella con nosotros, otra vez, al menos un momento para esta historia.

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En Barrio Casitas todo se hace en manada, y en manada se organizó un torneo de fútbol relámpago en la canchita del Club Náutico, ese potrero que de un lado tiene el cerro de la Gruta y del otro el lago; ese potrero que regala los atardeceres más bonitos que se pueden encontrar. Pero esa es descripción para otro relato. El Mono Bazán y su manada armaron este torneo que tenía como primer premio un lechón, y de segundo premio dos pollos. Al lechón se lo habían comprado a don Paco González y lo dejaron en la casa del Mono Bazán y se fueron a jugar el torneo que durante la semana habían promocionado en todo el pueblo. Llegaron participantes desde distintos barrios de Embalse. El lechón era una gran motivación.

El equipo de Barrio Casitas, el equipo del Mono Bazán y su manada, llegó hasta la final. Y desde la otra llave llegaron como finalistas los vecinos de El Pueblito.

Previo a que se jugara el cotejo definitorio, fueron a buscar al chancho a la casa del Mono Bazán.

Pero, el chancho había desaparecido.

El Mono Bazán insultó al aire, mientras los perros del barrio ladraban y ladraban, y ladraban.

Barrio Casitas está en un cerro, y, en consecuencia, es muy complicado encontrar muchas cosas, y más un chancho asustado. Lo buscaron por todos los lugares posibles que se podía buscar, pero llegaba la hora del partido final. 

¿Y ahora qué hacemos?, se preguntaron, aunque en realidad ya sabían la respuesta, porque no quedaba otra: había que ganar, no por el orgullo ni por la copa ni por la gloria que en estos pueblos dura lo que un suspiro, sino porque si perdían, los mataban. O eso decían entre risas que no eran del todo risas. Y así fue como el Mono Bazán y su manada tuvieron que jugar esa final de una manera más que especial. La final había adquirido un matiz inesperado: era ganar o ganar, o si no los cagaban a palos, era ganar o ganar, aunque al ganar se ganaba algo mucho más importante: la tranquilidad de seguir caminando derechitos por las calles de Embalse sin tener que esquivar miradas.

Pero, claro, no era un partido más, no era una tarea sencilla: el equipo del barrio El Pueblito era más que un buen equipo: metían miedo, y la pata. Pegaban mucho y con ese estilo habían llegado hasta la final, dejando a más de un lesionado en sus rivales. 

Empezó el partido, y los de El Pueblito, que no eran ningunos tontos, miraban de reojo para el costado, como buscando algo que no estaba, y claro, el lechón no aparecía por ningún lado, sólo estaban los dos pollos. ¿Dónde está el lechón?, preguntaban, mientras daban pases o pegaban patadas. Tranquilo, el chanchito está bien custodiado, decían con una sonrisa que no convencía a nadie. El calificativo “partidazo” le quedó pequeño a la final. El potrero del Club Náutico fue un hervidero. El juego fue palo y palo. Gol a gol. Y sobre el final, para alivio del Mono Bazán y su manada, ganó Barrio Casitas. Los de El Pueblito se fueron con los dos pollos ignorando que el primer premio se había escapado.

 CASITAS PUEBLITO LISTO 06

Y ahora sí, nos metemos de lleno en nuestra historia... 

 

El Mono Bazán y la manada buscan el premio: el chancho que se escapó. ¿Habrá premio? Ya dieron la vuelta olímpica, pero ahora dan vueltas por todo Barrio Casitas.

 

Este barrio posee una topografía particular: tiene lago, vertedero, cerros, río, usina, tanques enormes, subidas, bajadas, escaleras, pendientes, casas chiquitas, casas grandes, casas pegadas, casas distantes, un colegio secundario, un salón gigante -que es la cooperativa -, un salón coqueto - que supo ser un local bailable y ahora es un comedor escolar –. Muchas subidas y bajadas, cerros, subidas y bajadas y más escaleras. Y por ahí van los protagonistas de esta historia.

 CASITAS PUEBLITO LISTO 01

Se dividen en grupos para buscar al cerdo escurridizo. Buscan, no encuentran. La indicación de doña Luisa no hace efecto. Bajan hasta el río. ¡Ahí está el marrano de mierda!, grita el Mono Bazán. Pero el chancho es más habilidoso que el Caño Ibagaza y Pablito Aimar juntos. Se hace difícil. Hasta que comete un error.

Todos cometemos errores. El narrador de este texto se da cuenta que metió un par de tiempos verbales mal, y los corrige, pero el puerco de esta historia no puede corregir su fallo. ¿Cuál es su fallo? En vez de seguir por el río, sube, otra vez, al barrio. Las rocas constantes no lo dejaban maniobrar al pobre lechoncito, que se dio por vencido y salió a correr entre las casas. Y encaró para la calle que va a la cooperativa. Los que vuelven de hacer las compras en lo de la Nelly Gallo lo quieren frenar: no pueden. ¡Marrano de mierda!, vuelve a gritar el Mono Bazán, ya agotado: un torneo, una final para el infarto, la vuelta olímpica, los festejos, y la búsqueda del chancho hacen efecto. Pobre chancho, huye por su vida... (Aclaración: este texto no es apto para vegetarianos ni veganos, disculpas) ... Todos se suman a la caza del pobre animal, que asustado sigue mostrando sus habilidades a lo Ariel Ortega. Doña Luisa deja la ventana y sube, también, las escaleras para ver mejor. ¡Allá va!, exclama. Cuando está llegando a la casa de doña Malvina, don “Pomelo” Cejas, gaucho de La Cruz que hace un tiempo se mudó al barrio, conocedor de estas empresas, se suma a la búsqueda y atrapa al chancho cuando quiere saltar al patio de una casa llena de plantas. 

CASITAS PUEBLITO LISTO 05

Es una anécdota que traspasa el tiempo y me permite traer al presente a personas que ya se fueron. 

El primer premio, como era el plan inicial, a la parrilla. 

Lo comen juntos en la playa del Solari, con el héroe, que no había sido el Mono Bazán, que hizo el gol en la final ante El Pueblito, sino don “Pomelo” Cejas que había atrapado el lechón. Sucesos de un día cualquiera... Una anécdota que se rebela contra el tiempo, la escribo ayer, hoy y mañana.

Doña Luisa vuelve a su hogar. Antes de abrir la puerta contempla sus plantas y sus flores. Las riega, sonríe. Entra. La casa la recibe con un silencio cómplice, y se dirige a la ventana: corre las cortinas…y nos mira.


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