Cortázar en Río de los Sauces: el cuento de Marcos J. Villalobo que conecta literatura y paisajes de Calamuchita

Una ficción ambientada en el sur de Calamuchita revive el recuerdo de un encuentro improbable entre un vecino y Julio Cortázar. Conejos, paisajes y una mirada literaria desde lo local.

AyerMario Pablo LópezMario Pablo López

En las siestas calladas del sur de Calamuchita, un hombre recuerda la visita de un escritor que, según dice, fue nada menos que Julio Cortázar. Entre conejos, silencios y la memoria de un pueblo, el relato construye un puente entre la tradición oral y la literatura argentina. Compartimos el cuento completo de Marcos J. Villalobo en Calamuchitaenlinea.info:

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                                         Cortázar en Río de los Sauces

                                                             Por: Marcos J. Villalobo

 

                                                                                                                                                                     Para Sergio Godoy

 

Algunos me dicen que soy el personaje principal de un cuento. Chusmean, ñato, así es la gente por estos lados: les guuuuuusta el chusmerío. Pero yo me divierto, viste cómo soy pa’ esas cosas. Estarán quienes me creen, otros no, allá ellos; lo que les digo, ñato, es verdad: ese flaco anduvo por acá.

 

Qué querés que te diga, lo veía a veces ahí, parado, con ese cuadernito bajo el brazo, mirándome los conejos como si fueran el secreto de la vida. Ahí, ahí, donde estás vos ahora, ñato, ahí se paraba. Te juro por lo que más quieras, pasó de verdad. Nadie me lo contó, eh; no, no, lo que yo digo, lo que dice Patricio Rosales no se inventa. 

 

Andaba por acá, le gustaba el silencio de las siestas de estas lomas, andaba por las calles polvorientas de Río de las Sauces. Caminaba despacio, como con tiempo, pero no como uno que no tiene apuro, no, el tipo caminaba como contemplando cada paso, cada hoja, cada árbol, cada casa, ¿me entendés, ñato? Se paraba siempre en la misma tranquera, ahí donde tengo el corral chico, y miraba, miraba fijo.

No eran las gallinas ni eran los pollitos, no eran los patos, no era la mujer de la despensa del Gringo, que siempre fue atractiva pa’ los turistas, nada de eso, lo que a este flaco le gustaba era ver a los conejos, ñato. Los conejos del viejo Rosales, que los cría como Dios manda, desde chiquitos, con pasto cortado al ras, zanahoria de mi jardín y la sombra justa pa’ que no se caguen de calor en verano.

Una tarde dijo algo así como, todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Yo no sabía que ese tipo era escritor, ñato. El Gringo, que se las daba de intelectual, contó un día que el flaco ese que arrastraba la lengua era un tipo importante de porteñolandia; que se yo, ñato, yo sólo sé que me miraba los conejos.

Y se quedaba como paspando moscas, se quedaba como si esperara que alguno de los conejitos hablara, que dijera “buenas tardes, señor Cortázar, aquí estamos, listos para su cuento”; pero nada, puro hocico y orejas, puro saltito y pelusa. Conejos, simplemente conejos. Así son mis conejos, vos los conoces, ñato, te llevaste uno pa’ tu nietita. ¿Todavía le gusta juntar tréboles?

¿Sí? Esas cosas de los niños. Vos sabes, ñato, y sabes que lo que dice Patricio Rosales no se inventa; un atardecer, ya en la hora desteñida, creo que fue un sábado, se me acercó, yo estaba arreglando la cerca, medio de espaldas, y me tira así:

Viejo, ¿qué pasaría si un tipo vomitara conejitos?

 

Pero, ¿podes creer, vos, ñato? ¿Escuchaste bien, ñato? Sí, sí, me preguntó sobre vomitar conejitos. No me vengan con esas cosas, yo sólo creo en Dios-padre-Todopoderoso-que-hizo-los-cielos-y-la-tierra. No, no, si los porteños son increíbles pa’ esas boludeses. ¡Pero por favor! Me di vuelta con la tenaza en la mano, por poco no se la encajo. Le dije:

Mire, flaco, me dijo el Gringo que usted escribe cuentos, pero no se qué clase de cuentos escribe, pero eso acá no pasa. Estamos en Río de los Sauces, como mucho se te aparece la luz mala o el lobizón, pero nada de conejitos vomitados por cristianos. Acá se vomita lo de siempre: vino, bronca, tal vez un sapo si te tragaste una mentira muy grande. Pero conejos, conejitos, no, y menos los míos.

 

Se me ofendió, ñato, te juro, no pongais esa cara. Se le pusieron los ojos así, raros, como vidriosos, como si se le hubiera roto algo por dentro. Me dijo:

No entiende nada, usted.

 

Y se fue. Sin saludar. Sin mirar atrás. Esa gente rara que suele venir pa’ Río de los Sauces.

No lo volví a ver a ese flaco. Pero era Cortázar. El Gringo solía decir que escribía de todo, que jugaba, que escribía cosas alocadas. No sé, el Gringo se hacía el leído. Capaz que escribió un cuento con eso, con conejitos vomitados por la gente; capaz que soy, como dicen algunos por ahí, el personaje de un cuento. Capaz que no, ñato. Ni me importa, ya pasaron taaaaantos años de esa visita, yo cuido a mis conejitos. ¿Qué cuantos años tengo, ñato? Estoy viejo, muy viejo, tan viejo que no puedo patear ni un penal; imagínate que vi a Cortázar en Río de los Sauces.

En esta tierra está toda mi vida, ñato; es la tierra de mis abuelos y mis padres, y de mis conejos. Así como a vos te gustan andar por el puente o por el arroyo Coufre, o por las dos cruces mirando las aves, observando los horneros, los teros, los pájaros carpinteros, ñato; así como te gusta hablar de la reinamora o de las garzas del río, bueno, a mí me gustan mis conejos.

Cuando me levanto temprano y voy al corral: hay un conejito, bonito, lindo; chiquito, blanco como el primer día del mundo, que me miiiiira, me miiiiiira, me mira distinto. No como un animalito, me mira como si supiera algo. ¿Qué sabrá ese conejito, ñato?

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